Greta es fotografiada cientos de veces antes de que pueda abrir los ojos por completo. Ella ni se entera, por supuesto. Lo único que logra distinguir a través de las paredes de su tanque son los trajes blancos de sus creadores.
La habitación es luminosa, y Greta está tomando una ducha caliente. Una pinza desciende y la toma de los costados. Chilla mientras la levantan, y la trompa y las patas se le resbalan al tocar las paredes de plástico. La temperatura desciende cuando la pasan a través de una estrecha rendija de goma. Se está adaptando bien al aire frío, pero de repente siente unas manos extrañísimas que la acarician. Un ser sonriente se le acerca, con el rostro envuelto en pelusas blancas. ¿Es su madre? Instintivamente extiende la trompa, pero retrocede al sentir la almidonada bata de laboratorio. Greta se siente desorientada y confundida. Anhela algo, pero no sabe qué.
Al fin la sacan del laboratorio y la llevan por un pasillo largo y luminoso, pero entonces oye el eco de la multitud, el ruido del micrófono. Cierra los ojos y se hace un ovillo. Los flashes la deslumbran mientras las cámaras la enfocan. Greta intenta apartarse, pero se da cuenta de que está atada con correas invisibles. Tiembla frenéticamente y emite un grito desesperado, un berrido de furia que se televisa en el mundo entero. ¿Dónde están sus padres? ¿Quiénes son esos seres sonrientes vestidos de blanco? ¿Qué planean hacer con ella?
Todo se vuelve borroso. Con cada lento parpadeo, las semanas pasan. Sus captores le presentan otros animales parecidos a ella, aunque sin tanto pelaje. Por desgracia, sus primos elefantes se dan cuenta de que Greta tiene algo extraño. Se burlan de ella y mantienen su distancia.
Su primer recuerdo agradable será la entrada de su hermano menor a su jaula. Bill (llamado así en honor a un defensor del medio ambiente) también es peludo, pero sus peculiaridades son distintas a las de ella. Al poco tiempo, se les unen más y más almas perdidas de su misma especie. Unos meses más tarde, esta pandilla lánguida a la que la gente de batas blancas apoda con cariño “peregrinos climáticos” es trasladada a un gran pastizal al aire libre en Siberia, llamado Parque Pleistoceno. Aquí, la ansiosa Greta disfruta un primer periodo de relativa estabilidad. La temperatura es agradable y, aunque sigue confundida y asustada, al menos sus hermanos y hermanas se sienten igual. Sin estar conscientes de las esperanzas humanas que llevan sobre los hombros, pasean todo el día en la nieve en busca de briznas de hierba para comer.
¿Tiene Greta alguna idea de quién es? ¿Siente alguna conexión con sus antepasados lejanos, los mamuts lanudos, que vagaban por la misma estepa hace más de 12.000 años?
Los padres de Greta
El proyecto científico capaz de materializar a nuestra hipotética amiga Greta está actualmente en marcha en la Universidad de Harvard y es supervisado por el afamado inventor de tecnologías genéticas George Church. En sí, el objetivo de su equipo no es revivir a los mamuts lanudos, sino crear híbridos de mamut y elefante. Para ello, han tomado células de elefante asiático y a su información genética editada le han incorporado secuencias de ADN de mamut lanudo con ayuda de una herramienta de edición genética conocida como CRISPR. Son los primeros pasos para crear elefantes con pelaje más grueso, piel con más grasa aislante, orejas más pequeñas que permiten que se escape menos el calor y capacidad de fijar y liberar oxígeno en la sangre a temperaturas glaciales.
Se cree que el mamut lanudo y el elefante asiático tienen alrededor de 1.4 millones de diferencias genéticas específicas entre sí. Quizá parezca mucho, pero, cuando vemos que el genoma en su totalidad está formado por varios miles de millones de bases, esta cifra se considera ínfima. La edición de las diferencias más importantes puede dar lugar a un elefante tolerante al frío y ampliar la gama de lugares donde pueden vivir los elefantes actuales. En este sentido, es una forma de aprovechar la tecnología de punta para proteger a los elefantes.
Pero ¿por qué crear a Greta cuando se podría hacer algo mejor para ayudar a los elefantes existentes a prosperar en la naturaleza? La misma Greta podría preguntarse cuál es el punto de hacer todo esto. Sus creadores argumentan que su sueño no es resucitar una especie, sino todo un ecosistema. Y la productividad del antiguo ecosistema del mamut lanudo, dicen, debe recobrarse para evitar una catástrofe climática mucho peor que la que ya enfrentamos.
El mundo perdido
Siguiendo los pasos de sus antepasados — cuya población relativa se desplomó hace más de 12.900 años, aunque algunos ejemplares sobrevivieron en ciertas islas hasta hace 3.700 años — Greta se abre paso con la trompa entre las plantas en descomposición, en busca de una brizna de hierba para comer en un frío día de invierno. Con la pata peluda, atraviesa una capa de nieve crepitante. Luego inclina la cadera hacia un lado, con un fuerte empuje, y derriba el muñón de un árbol. Una montaña de porquerías cae al suelo donde pronto crecerá la hierba. Lo sepa o no, Greta es una geoingeniera con una tarea urgente.
El ecosistema estepario de los mamuts dominaba el Ártico a finales del Pleistoceno y abarcaba Europa, el norte de Asia y el norte de Norteamérica. Se calcula que en algunas partes de la llanura había un mamut, cinco bisontes, seis caballos y diez renos por cada kilómetro cuadrado, así como un puñado de bueyes almizcleros, alces, rinocerontes lanudos, antílopes saiga, ovejas de las nieves y alces. Los pastizales predominaban en la región gracias al constante pastoreo de los animales que aplastaban con las pezuñas y las patas la mayoría de los árboles y arbustos. Sin embargo, conforme cambió el clima e incrementó el número de cazadores humanos, la megafauna empezó a desaparecer, así como el productivo ecosistema que mantenía.
En la actualidad, hay como 1.500 billones de toneladas de carbono atrapadas en el gelisuelo de la estepa de los mamuts, que es el doble de lo que hay en la atmósfera. El carbono de las plantas y los animales que murieron hace miles de años no es peligroso en sí mismo, pero su descomposición sí podría serlo. Cuando la materia orgánica rica en carbono queda expuesta a la intemperie, las bacterias la consumen y producen dióxido de carbono o metano, que son gases de efecto invernadero. Al liberarse en la atmósfera, aceleran el calentamiento global, razón por la cual se habla cada vez más de la descongelación del gelisuelo en términos de una potencial bomba de tiempo.
Ahí es donde entra Greta. El científico ruso Sergey Zimov, que dirige el Parque del Pleistoceno, cree que la mejor manera de mantener el carbono cautivo en el gelisuelo es restaurando el ecosistema que prosperó allí durante el Pleistoceno. En aquella época, la zona estaba cubierta de ricos pastizales que reflejaban la luz del sol. Como los grandes animales pastaban todo el día, pisoteaban las plantas más oscuras capaces de absorber la luz y hacían agujeros en la nieve con la fuerza de sus patas.
La capa de un metro de nieve que recubre el suelo de la estepa de los mamuts durante gran parte del año podría considerarse una manta aislante que mantiene lo que está debajo más caliente que lo que está encima. Si la temperatura exterior es de -40º C, bajo la capa de nieve puede ser de apenas -5 o -10º C. Sin embargo, cuando millones de patas agujerean la nieve, como ocurría en el Pleistoceno, la manta aislante se perfora y el aire frío llega al suelo. Según esta teoría, los mamuts lanudos creaban un sistema de ventilación. La circulación de aire promovida por sus densas pisadas mantenía la frescura, y la consecuente destrucción de muñones de árboles y plantas oscuras reducía la absorción de calor; además, la vegetación más clara que fertilizaban con su estiércol reflejaba los rayos del sol.
Por eso, George Church y su equipo quieren crear una manada de 80.000 Gretas y enviarlas a Siberia.
El elefante en la habitación
Aunque el trabajo de los científicos de Harvard está muy avanzado, el resultado es todavía especulativo. Como dice Bobby Dhadwar, posdoctorante de Church Lab experto en el tema, quien además realizó gran parte del trabajo inicial de edición genética, «Cuando la gente oye hablar de ello, creo que se confunde en la escala temporal. No estamos ni cerca de dar a luz a un mamut lanudo».
Un obstáculo que deben superar implica obtener los óvulos de elefante asiático. Las hembras de elefante ovulan cada 16 semanas, aunque también pasan años sin hacerlo durante el embarazo y la lactancia. En la mayoría de los mamíferos, es posible utilizar una ecografía para localizar el folículo donde se está desarrollando el óvulo, para luego extraerlo de los ovarios.
Pero eso no es tan fácil con las elefantas. Resulta que es sumamente difícil navegar por la abertura vaginal de una elefanta. Entre la vulva, por donde entraría cualquier instrumento, y el himen hay más de un metro de vestíbulo urogenital. Otro problema es que el himen de la elefanta permanece intacto incluso después de copular. Aunque se rompe cuando la elefanta da a luz, se regenera después de cada embarazo. Por lo tanto, los espermatozoides sólo pueden llegar al óvulo atravesando una diminuta abertura en la membrana.
Con herramientas de inseminación artificial, los investigadores han conseguido que los espermatozoides atraviesen esa minúscula abertura, pero, para extraer un óvulo, deben llegar hasta el otro lado para localizar el folículo productor de óvulos, el cual está demasiado profundo como para poder visualizarlo con una simple ecografía. La cirugía laparoscópica, la cual se realiza a través de pequeñas incisiones, puede ser útil cuando el folículo es muy difícil de alcanzar. Para llevarla a cabo es necesario inflar el abdomen del animal, lo cual permite ver mejor las estructuras internas. Sin embargo, inflar el abdomen de una elefanta podría matarla, ya que los elefantes carecen de cavidad pleural (el espacio entre las membranas blandas que rodean los pulmones y recubren el interior del tórax, el cual hace que este proceso de inflación sea inofensivo para otros animales). La cavidad torácica de los elefantes, en cambio, podría comprimirse con facilidad. Por lo tanto, los investigadores esperan que pronto haya grandes avances en materia de embriogénesis — la creación de embriones — para que esto funcione.
Y esa no es la única complejidad técnica. Si algún día logran insertar el ADN de mamut deseado en un óvulo de elefanta fecundado, necesitarán colocarlo en un lugar donde pueda desarrollarse. De por sí para los elefantes es bastante difícil reproducirse en la naturaleza, por lo que el equipo de Church ha rechazado de forma provisional la posibilidad de utilizar elefantas reales como madres sustitutas.
En vez de eso, están haciendo investigaciones para utilizar vientres artificiales. La ectogénesis, término acuñado por el biólogo británico J.B.S. Haldane en 1924, se refiere al crecimiento de un organismo en algún tipo de recipiente que esté fuera del cuerpo. En los años 90, un grupo de investigación japonés ideó una técnica denominada incubación fetal extrauterina, la cual consistía en conectar catéteres a los grandes vasos sanguíneos de los cordones umbilicales de las cabras y alimentar con sangre oxigenada a los fetos que crecían en tanques de líquido amniótico que se calentaban a la temperatura corporal normal de una madre cabra. Conseguir que se alineen los astros y que se resuelvan todos los aspectos técnicos necesarios para desextinguir al mamut tomará años, si no es que décadas.
Crecer en soledad
Supongamos que al fin consiguen insertar un embrión de elefante genéticamente modificado en una madre elefanta sustituta o en un útero artificial. Si las cosas salen bien, se desarrollará y llegará a este mundo, al igual que Greta, como una cría de elefante sana con rasgos de mamut lanudo. ¿Cómo aprenderá esa criatura a actuar como mamut cuando no hay mamuts de los cuales aprender?
Es posible que, en un principio, la ciencia cree algo que no se parezca ni a un mamut ni a un elefante, sino a algo intermedio. ¿La elefanta asiática que fungió como madre sustituta de esa cría de pseudo mamut con un extraño corte de pelo la aceptará como parte de su manada? Los proboscídeos, que es el orden al que pertenecen los mamuts y los elefantes, tienen estructuras sociales complejas y conforman sociedades matriarcales. Los conocimientos necesarios para sobrevivir en la naturaleza se los transmiten las madres y las tías a las crías. Si estas rechazan al pseudo mamut, tendríamos a un individuo de una especie social viviendo solo, lo que haría que su existencia fuera sumamente triste. Algunos zoológicos ya no tienen elefantes solitarios ni pequeños grupos de elefantes por el estrés psicológico que les provoca el aislamiento. Si conseguimos crear una Greta, podría convertirse en una elefanta lanuda muy ansiosa. Aunque en realidad esto no se trata de ella.
Los nombres que reciben los animales de laboratorio más exitosos revelan algo sobre los grupos de investigación científica que los crean. La oveja Dolly, por ejemplo, recibió este nombre porque el núcleo celular que se usó para clonarla procedía de la ubre de una oveja. A los científicos que la clonaron les pareció gracioso pensar que las ubres son como los pechos femeninos, así que por eso la llamaron Dolly, en honor a Dolly Parton. Solo nos queda confiar en que los creadores de Greta no serán tan inmaduros.
Inevitablemente, esto nos lleva a pensar en la fotografía que pasará la historia: la elefante-mamut Greta, creada a través de bioingeniería e inconsciente de su naturaleza, mira a los ojos a su homónima, la sabia y anciana activista ambiental. Al principio, es un momento incómodo para ambas: a Greta, la mamut, no le importan los nombres, y se pregunta quién es esta nueva humana. Greta, la persona, no está del todo segura de que traer de vuelta al mamut lanudo sea una inversión inteligente, en vista del sufrimiento que hay en el mundo. Aún así, es genial ver los experimentos tan extraordinarios que podemos realizar cuando nos lo proponemos. Por un momento, en aquella fotografía que da la vuelta al mundo, parece haber algún tipo de conexión entre ambas. La esperanza, sin embargo, es una inversión a largo plazo que no siempre da los frutos esperados.