Cuando mi amiga H. tuvo gemelas, viajé a Melbourne para ayudarla en lo que estuviera en mis manos. Las bebés nacieron un mes antes de lo esperado, y la más pequeña de las dos era frágil y diminuta. Estaba apenas por encima del umbral de peso necesario para que la dieran de alta, así que H. pasó los primeros días de la vida de su hija intentando establecer patrones de alimentación, empeñada en que su bebé subiera de peso.

Al llegar, entré a su casa con toda confianza, y del cuarto principal descendió una voz familiar. “¡Bajo en un minuto!”, gritó H. “Estoy extrayendo algo de leche. ¡No subas!” Puesto que H. se sintió muy cómoda mientras yo amamantaba a mi bebé, con el pecho colgando por encima de la solapa del sujetador de lactancia, sus ansias de privacidad me sorprendieron. Pero todas las nuevas mamás son distintas, pensé. Prendí la tetera y paseé por su casa mientras esperaba. Era una mañana dorada, resplandeciente, tranquila.

Esa noche, mientras su pareja caminaba de un lado a otro con una bebé en los brazos, yo intentaba conectar a la otra al pezón de H. y luego a un protector de pezón. H. hacía muecas de dolor y se inclinaba hacia el frente para reacomodar su pecho. Las mamás primerizas suelen tener dificultades para que los bebés se enganchen, y H. tenía los pezones irritados y hasta una potencial mastitis. Además, tenía la cara enrojecida y sudorosa, y las bebés hipaban con furia. Habiendo abandonado toda modestia, pasamos las primeras horas de la madrugada colgadas de la línea telefónica de apoyo a la lactancia materna, pues toda la fuerza, las habilidades y la voluntad de los tres adultos presentes estaban invertidas en convencer a las dos bebés de que comieran.


En algunos casos, la lactancia se da de forma muy orgánica. En otros, es más bien una carrera de resistencia. La lactancia no siempre es un proceso lineal, y producir suficiente leche para mantener a un bebé en crecimiento (o simplemente producirla) puede ser doloroso, abrumador y hasta inasequible, pese a que se haga hasta lo imposible por lograrlo.

Durante mi primera conversación con Leila Strickland en las primeras semanas de la pandemia recordé a las gemelitas, quienes para entonces ya no eran bebés. Mientras charlábamos por Zoom, y sus hijos los míos tomaban clases en línea —ambas habíamos encontrado ratitos para trabajar, cosa que la mayoría de las cuidadoras primarias están acostumbradas a hacer—, nuestra plática se enfocó sobre todo en su espectacular innovación en materia de agricultura celular, aunque cada tanto recurrimos a nuestras propias experiencias con la lactancia.

Para Strickland, ambas cosas están íntimamente ligadas. Gracias a su formación como bióloga celular, ha pasado los últimos siete años investigando lo que ella llama la “compleja coreografía” de las dinámicas entre las células epiteliales mamarias. Tras enfrentar dificultades para amamantar a sus hijos, se enfrascó en la duda de si sería posible estimular a estas células, responsables de sintetizar las más de 2500 moléculas presentes en la leche materna, a crear leche en un laboratorio.

En 2013, el mismo año en el que la agricultura celular hizo su gran debut con la presentación pública de la hamburguesa de carne creada por Mark Post en un laboratorio, Strickland rentó un pequeño laboratorio, compró una campana de cultivo de tejidos y constituyó una sociedad de responsabilidad limitada para poder comprar agentes biológicos de forma legal. Al principio, las células mamarias con las que trabajaba provenían de vacas, “pues era lo más asequible”; todo salía de su bolsillo, así que los experimentos los realizaba cuando no estaba haciendo su trabajo remunerado ni cuidando a sus hijos.

A partir de aquellos experimentos iniciales surgió una idea más refinada. Y, gracias a eso, en febrero de 2020, Strickland y Michelle Egger, cofundadora de BIOMILQ, anunciaron que habían identificado con éxito caseína (una proteína) y lactosa (un azúcar) en una muestra tomada de la prueba de concepto de leche creada en el laboratorio a partir de células epiteliales mamarias. Y ese anuncio provocó una oleada de atención mediática que insinuaba que la creación de leche humana sintética estaba a la vuelta de la esquina.

Al desvincular la leche de la mama, Strickland y Egger han abierto la puerta a cambios extraordinarios en la forma en que conceptualizamos el género, el trabajo y los cuidados.

Strickland no tarda en señalar que la leche sintética o “cultivada en laboratorio” jamás podría replicar los complejos beneficios inmunológicos provistos por la mama humana. En realidad, su objetivo es ser un producto hecho en laboratorio que en términos de composición química se parezca mucho más a la leche humana que a la fórmula y que represente una mejor alternativa para personas incapaces de producir suficiente leche o para quienes la lactancia resulte difícil o incómoda por diversas razones.

Lo más emocionante, desde el punto de vista social, es que esto incluye a madres, padres y xadres, ya sean personas cisgénero, trans o no binarias. Las células epiteliales mamarias no están generizadas y se forman en la matriz antes de que ocurra la diferenciación sexual del feto. Por eso los hombres también tienen pezones y hay casos de hombres que lactan en ciertas circunstancias médicas; por ejemplo, los tumores en la hipófisis incrementan los niveles de prolactina y hacen que el cuerpo empiece a producir leche.

BIOMILQ vislumbra un producto comercializable con un buen tiempo de vida útil, cultivado a partir de una mezcla de líneas celulares “inmortales” o comercialmente disponibles, así como un modelo de suscripción que les permita a las personas que acaban de tener hijos acceder a un suministro de BIOMILQ personalizado y asequible que se almacene en condiciones estériles y se envíe mensualmente. Una biopsia de las células de estas personas haría que no fuera necesario que lactaran; aun así, la leche que le darían a su bebé definitivamente sería “suya”.

Dar a conocer estas posibilidades es muy significativo, pero no sólo por sus implicaciones tecnológicas, sino porque, al desvincular la leche de la mama, Strickland y Egger han abierto la puerta a cambios extraordinarios en la forma en que conceptualizamos el género, el trabajo y los cuidados.

Strickland y Egger pasaron unas cuantas semanas bajo los reflectores mediáticos que examinaron tanto el fundamento científico del hallazgo de Strickland como los factores socioculturales y políticos que por lo regular inhiben la lactancia. Al parecer, la conversación en torno a las complejidades de la nutrición infantil estaba agarrando tracción de forma sostenida.

Pero luego la prensa científica volcó su atención hacia la crisis emergente de una pandemia histórica que, encima de todo, hizo que el laboratorio de BIOMILQ tuviera que cerrar sus puertas de forma temporal. Las famosas células fueron congeladas criogénicamente, a la espera de que, como la Bella Durmiente, alguien llegara a despertarlas.

En términos generales, Strickland se enfocó en sobrellevar la pandemia. De cualquier manera, su investigación en torno a las realidades de la maternidad había avanzado a trompicones desde el principio, así que esperaba que esto fuera una pausa que le diera tiempo de reunir recursos, fortalecer su equipo y examinar a fondo la potencial comercialización de leche cultivada en laboratorio.


Imagina un girasol que florece por debajo del pezón; básicamente así se ve la estructura interna de la mama humana. Los “pétalos” son los ductos recubiertos de células epiteliales mamarias por donde fluye la leche. Dichas células absorben nutrientes del flujo sanguíneo de la persona gestante, metabolizan esos nutrientes para transformarlos en leche —proceso que genera miles de moléculas únicas— y las secretan hacia los ductos, donde la leche se almacena hasta que se expulsa para alimentar al bebé.

La diversidad natural de la leche humana es extraordinaria. La “primera leche” suele ser un líquido azulado, aunque también puede ser pardo, rosado o verduzco. La “segunda leche” es amarillenta y cremosa, con un mayor contenido de grasas que favorecen la saciedad. Durante décadas se creyó que la leche humana era estéril, pero el descubrimiento del eje intestino-cerebro nos ha enseñado que ocurre una profunda transferencia microbiana entre los labios del bebé y el pezón.

Ahora se cree que estas “señales” microbianas le comunican al cuerpo que es necesario incrementar algún componente específico de la leche. Por ejemplo, la cantidad de anticuerpos en la leche aumenta cuando el bebé está enfermo, así como el contenido de grasa incrementa durante ciertos periodos de crecimiento del bebé. También se sabe que ciertos alimentos influyen en la leche; al parecer, el sabor de la banana perdura, y hay bebés a quienes les repele el sabor de la leche producida después de que la persona comió ajo.

“La leche materna es complejísima”, afirma Michelle Egger. “El intento de biomimetismo, de usar ingeniería inversa para obtener leche… El punto es que nunca lograrás aproximarte lo suficiente. Es fascinantemente difícil.”

En su calidad de científica láctea, Egger está muy familiarizada con la composición de la leche de vaca y sigue deseando conocer a fondo el proceso de la lactación humana. Si bien reconoce los aspectos especializados del trabajo de Strickland y afirma que “Leila es una científica sumamente extraordinaria”, su propio conocimiento sobre producción comercial de comestibles y química de alimentos han sido invaluables para el crecimiento de BIOMILQ.

Mientras terminaba su MBA, Egger empezó a pensar en la cuestión de la nutrición infantil después de trabajar un semestre en la Fundación Gates en el sureste asiático. Aunque fuera una científica especializada en lácteos, el tiempo que pasó ahí lo dedicó a investigar “cadenas de suministro de proteínas de origen vegetal”; es decir, alternativas a los lácteos en lugares donde es muy costoso mantener al ganado o donde las actitudes culturales hacia los lácteos impiden su consumo.

“En la actualidad hay muchas mujeres en edad reproductiva que padecen desnutrición y falta de proteínas que les den energía”, comenta Egger con inquietud. “Estas mujeres no reciben suficiente proteína de los alimentos o están desnutridas en general. Pero sabemos que los primeros mil días son sumamente importantes para los bebés, de modo que, si nace un bebé de una madre con desnutrición, no tardamos en observar problemas de emaciación… y es un ciclo del que luego no se puede salir.”

Parte del problema es que el cuerpo humano tiene una capacidad limitada para producir leche, pero no a nivel celular, sino metabólico, pues es un mecanismo que sirve para preservar la salud de la persona que acaba de gestar.

“Todas las personas tenemos esas rutas metabólicas que, cuando no tenemos suficientes nutrientes o se nos dificulta mantener la musculatura o los niveles de grasa, a propósito inhiben parcialmente la producción de leche para impedir que explotes tus propios nutrientes con tal de dárselos a tu bebé”, explica Egger.

Aquel proyecto de investigación sobre proteínas alternativas estaba pensado como apoyo para la nutrición materna y para darles a los bebés más oportunidades de crecer sanos y fuertes, pero a Egger le resultó muy frustrante la lentitud con la que avanza el sector de las organizaciones sin fines de lucro.

Strickland y Egger, febrero de 2020. Copyright BIOMILQ.

“Estaba claro que existían las herramientas necesarias para detonar cambios verdaderamente sustanciales en los sistemas alimentarios”, dice Egger. “Pero nadie lo estaba haciendo lo suficientemente rápido. Me pareció inaceptable que ideáramos una estrategia para intentar resolver algo y luego tuviéramos que esperar a ver si podíamos lograr algún avance en el transcurso de los siguientes años.”

Semanas después de volver a Estados Unidos, Egger le comentó sus frustraciones a una amiga… que resultó ser Strickland.

“Sentí como si se despejara el cielo”, comenta Egger con respecto a su primera reunión con Strickland. “Aunque suene cursi, en serio fue como encontrar a mi media naranja laboral. Darnos cuenta de la profundidad de la cuestión y de lo complementarias que eran nuestras habilidades para genuinamente tratar de mejorar las cosas fue como recibir una descarga de cien voltios.” Lo que a Egger más le emociona es la capacidad de las células cultivadas en laboratorio de producir leche en cantidades constantes, pues considera que el proceso podría reducir cuando menos en parte la merma de energía que pone en riesgo la salud de madres en estado de desnutrición.

Durante casi toda nuestra vida, las células epiteliales mamarias permanecen en estado de latencia, a la espera de ser activadas (por decirlo de algún modo) por el perfil hormonal cambiante del embarazo. Algunas personas empiezan a lactar hacia el final del embarazo, pero la “leche madura”, una versión diluida del calostro —el fluido amarillento y denso que contribuye a que el bebé expulse el meconio y que protege su sistema inmune—, no llega sino hasta entre tres y cinco días después de que la persona dio a luz, y se incorpora al bucle cerrado de la oferta y la demanda.

Por su parte, las células de laboratorio pueden permanecer en un estado constante de lactancia y seguir produciendo leche de forma indefinida, siempre y cuando reciban la cantidad adecuada de suministros (o alimento celular). No hay necesidad de diferenciación; al tener una fuente constante de nutrición, las células no necesitan conservar energía para sí mismas.

Desde el punto de vista de Egger, la leche “humana” hecha en laboratorio parece la alternativa más obvia a las fórmulas para bebés derivadas de leche bovina que reinan en el mercado. Aunque de inmediato señala que no tiene nada en contra de los lácteos —y añade: “¡Pero si como yogurt a diario!”—, no sabe hasta qué punto las empresas de fórmulas para lactantes podrían realmente competir con opciones hechas en laboratorio. De hecho, muchas empresas líderes en el mercado están intentando implementar el tipo de estrategias científicas en las que se especializa Strickland al añadir a sus fórmulas infantiles cosas como oligosacáridos de leche humana, pero ninguna se acerca siquiera a lo que BIOMILQ vislumbra.

También le parece que la lactancia interespecie implícita en el consumo de fórmula para bebés es algo más desconcertante que la idea de hacer leche humana en laboratorio. “Creo que es un poquito raro pensar que en la actualidad usamos leche en polvo de otro animal, adicionada con vitaminas, para alimentar a nuestras crías”, comenta con una mueca. “Es raro decir: ‘Somos animales, y en el mundo hay otros animales, y además hemos encontrado otro animal al que explotamos y ordeñamos, y cuya leche deshidratamos hasta volverla polvo que luego llevamos a casa y rehidratamos para alimentar a nuestros bebés’.”

“Creo que nuestro proyecto tiene más sentido y produce menos disonancia cognitiva que otras herramientas de alimentación modernas. Lo único que estamos haciendo es producir leche fuera del cuerpo”, añade. “Una vez que de verdad empiezas a entender el trabajo y el proceso, todo esto cobra sentido de forma intrínseca.”


Al hablar con Strickland y Egger, entiendo cada vez mejor lo complicado que es el proceso al que se han enfrentado estas dos científicas que encabezan un equipo pequeño e independiente en su afán por garantizar el financiamiento necesario para que BIOMILQ sea una realidad.

Desde el principio, Strickland tomó la decisión consciente de ser honesta con respecto a sus propias dificultades para lactar, y de ese modo incluyó tanto su papel de madre como sus credenciales científicas como parte crucial de su identidad profesional.

Al preguntarle en qué medida sus experiencias determinaron el alcance de su investigación, Strickland contestó: “Mi hija nació en enero de 2013, y me parece que el laboratorio lo abrimos por fin en octubre de 2013. En ese entonces seguía intentando amamantarla, sobre todo con ayuda de un extractor de leche. Recuerdo que pensaba mucho en mi propio predicamento, en nunca haber sido capaz de producir suficiente leche, en lo mucho que me angustiaba el suministro de leche y en lo incómodo que era tener que usar el extractor de leche a cada rato para no dejar de lactar”.

“En ese entonces me sentía muy sola”, añade. “Sentía que, en mis círculos sociales, al resto de la gente le iba de maravilla. En comparación con las otras madres primerizas, yo tenía un enorme defecto.”

Para Strickland, hablar abiertamente sobre esas emociones ha sido esencial para vincularse con sus potenciales aliados. Al mismo tiempo, ambas científicas enfrentan el temor de que BIOMILQ sea relegado a cierto nicho de mercado por ser considerado algo hecho “para mamás”, lo que en el fondo se percibe como un producto poco serio. (Aunque yo ya sabía que era un sector predominantemente masculino, no fue sino hasta que realicé la investigación para este artículo que me di cuenta de cuán masculinizado está en realidad; en el reportaje que Reneeta Das publicó en Forbes en 2019, la autora afirma que en Estados Unidos el 94% de los tomadores de decisiones en empresas de capital de riesgo son hombres.)

“Creo que muchas madres enfrentan el dilema de tener que encontrar un equilibrio entre lo que les inculcaron que era mejor y lo que en realidad pueden lograr en la práctica.”

Leila Strickland

Cualquier producto que se oferte como una opción paralela a la lactancia será sometido a un escrutinio que está por demás justificado. Pero Strickland y Egger se esforzaron tanto por asegurarme que BIOMILQ no fue concebido como un reemplazo para la lactancia que me pregunté si habrían tenido experiencias dolorosas al abordar el tema. Por momentos, me parecía que su insistencia tenía menos que ver con una defensa de la ortodoxia médica y más con el manejo y la posible mitigación de presiones sociales y culturales.

En especial Strickland tiene una postura ambivalente con respecto al lugar que ocupa la lactancia en el imaginario cultural, el cual atizó sus propias angustias y culpas en torno al uso complementario de fórmula para bebé.

“La idea de que ‘amamantar es lo mejor’ nos asedia constantemente, ya sea a través de nuestra familia o nuestro pediatra, y puede ser muy insidiosa”, comenta Strickland. “Creo que muchas madres enfrentan el dilema de tener que encontrar un equilibrio entre lo que les inculcaron que era mejor y lo que en realidad pueden lograr en la práctica.”

“Cuando hablamos con madres, nos explican que no es que opten por usar fórmula o por complementar con fórmula porque no saben cuáles son los beneficios de la lactancia”, agrega con cierta impaciencia. “Llega un momento en el que sólo estamos infundiéndoles más culpas a las madres. Seguimos investigando los múltiples beneficios de amamantar, pero en realidad no sirven de nada si la mujer no es capaz de hacerlo.”


Hay múltiples razones por las que mucha gente es incapaz de amamantar. Para empezar, la cantidad de leche que es capaz de producir cada persona es bastante incierta, y no hay muchas formas de averiguarlo por adelantado. Algunas mujeres producen mucha leche y tienen que lidiar con los consiguientes dolores y goteos; otras, en cambio, no siempre logran mantener una producción constante.

También son comunes las grietas en los pezones y la candidiasis mamaria, la cual se transmite del pezón a la boca del bebé y viceversa. Asimismo, los bebés con anquiloglosia (es decir, con el frenillo de la lengua muy corto) suelen tener dificultades para succionar; los senos congestionados son sumamente dolorosos; los conductos mamarios se bloquean con facilidad, y en el pezón se pueden formar ampollas que se sienten como filosas esquirlas de vidrio.

Aunque no es frecuente, en algunos casos la eyección —que es cuando las hormonas le dicen al cuerpo que libere leche a los conductos— va acompañada de sentimientos profundos de ansiedad, miedo u odio al bebé, o hasta de ideaciones suicidas. El reflejo disfórico de eyección de la leche —o D-MER— dura apenas entre treinta segundos y dos minutos, pero surge y desaparece de forma tan abrupta que la persona que lo experimenta puede incluso dudar de sí misma por completo. Se cree que tiene que ver con una actividad inadecuada de la dopamina, pero no hay muchas investigaciones al respecto.

Mientras estaba inmersa en las profundidades de mi propia experiencia con la maternidad, la lactancia se me hizo sencilla, a diferencia de la mayoría de las cosas relacionadas con el posparto. Lograr que mi bebé se aferrara al pezón me tomaba menos de cinco minutos, y la idea de salir de la cama e ir a la cocina helada a preparar un biberón de fórmula no me atraía en absoluto. Pero entiendo por qué hay personas que prefieren no amamantar, aunque sean físicamente capaces de hacerlo. Muchas enfermeras neonatales y pediátricas usan la expresión “sobrecarga sensorial” para describir las primeras fases de la parentalidad, las cuales son tan demandantes e implican tantas diminutas transgresiones a la autonomía personal que el contacto físico que trasciende cierto umbral se vuelve casi intolerable.

Quizá la persona sólo quiere volver al trabajo y compartir la labor de la alimentación del bebé con su pareja u otros integrantes de su familia, o simplemente necesita con desesperación dormir una noche completa. La extracción de leche puede ayudar a cubrir esas necesidades, pero sigue siendo algo demandante para el cuerpo que dio a luz, además de que el zumbido del extractor es capaz de sacar a cualquiera de quicio.

Anteriormente, las mujeres lidiaban con este problema de dos posibles formas: complementando la lactancia con leche de origen animal, papillas o cereales cocidos en caldo, o contratando una nodriza que se hiciera cargo de la lactancia. Las nodrizas dejaron de figurar en los censos poblacionales en el siglo XX, cuando la fórmula infantil salió al mercado y su profesión desapareció; no obstante, algunos padres y madres siguen practicando algo similar a través de “alianzas de leche”, por medio de las cuales se comparte o vende el excedente de leche humana por internet.

Se han encontrado registros de las dificultades con la lactancia en textos que datan de la dinastía Tang, y las autoras de una encuesta publicada en el Journal of Perinatal Education señalan que la incapacidad de lactar se menciona incluso en el primer tratado médico del que se tiene conocimiento, El papiro Ebers, un texto egipcio escrito alrededor del año 1550 a.C. Dicho volumen contiene una breve sección pediátrica que incluye la siguiente receta para la lactancia fallida:

Para obtener leche del pecho de una mujer que debe alimentar a un infante: caliente la aleta dorsal de una perca en aceite y frótelo en la espalda de la mujer. O: que la mujer se siente de piernas cruzadas y coma pan aromático de algarrobo marinado, mientras se frotan sus partes con adormidera.

Complementar la alimentación infantil con fórmula láctea parecería preferible que frotarse en la espalda aceite con espinas de pescado. Aun así, como bien señala Strickland, los ingredientes básicos de la fórmula infantil no han cambiado en muchísimo tiempo.

“En este ámbito prácticamente no ha habido innovación”, comenta. “Con frecuencia nos contactan madres emocionadas de que haya una empresa que en verdad entiende los desafíos de la lactancia y que está esforzándose por desafiar el statu quo de las opciones que hemos tenido hasta la fecha.”


La creencia generalizada de que los sustitutos de leche humana no cubren por completo las necesidades infantiles es bastante reciente; de hecho, fue esbozada en 2008 en la emblemática serie sobre desnutrición infantil y materna de la revista The Lancet. Aunque las parteras, las doulas y las matriarcas llevan muchísimo tiempo defendiendo la lactancia, ciertas actitudes culturales muy arraigadas han tardado un poco más en cambiar.

Los “primeros mil días” cruciales que Egger mencionó durante nuestra conversación aluden a algo que ahora consideramos parte de la sabiduría convencional: la idea de que los cuidados sanitarios que recibe un bebé mientras está en el útero y durante los primeros dos años de vida sientan las bases de su bienestar por el resto de su vida. Por esa razón, la Organización Mundial de la Salud recomienda exclusivamente amamantar durante los primeros seis meses, y luego proveer una alimentación mixta durante los siguientes dos años o más.

Gracias a esto, la lactancia pasó de ser una práctica bastante anodina a convertirse en el estándar del desarrollo infantil saludable. A Strickland le parece desproporcionadamente preponderante la idea de que “amamantar es lo mejor”, pero también está muy consciente de que BIOMILQ se incorporará a un mercado que ha causado daños irreparables a lo largo de su historia.

En 1973, el New Internationalist develó la forma en que las empresas que fabricaban fórmula infantil creaban la demanda de su producto en países en vías de desarrollo y la explotaban estratégicamente al impulsar a las mujeres a “modernizarse”; es decir, a dejar de amamantar y favorecer la fórmula “científica” e “higiénica”.

Empresas transnacionales como Nestlé, que para entonces ya eran objeto de boicot, usaban tácticas poco escrupulosas, como contratar “enfermeras de leche” y ponerles uniforme para que distribuyeran muestras en los hospitales a las madres primerizas, práctica que impedía que se regularizara la producción de leche. Una vez que los hospitales les prohibieron la entrada, empezaron a esperar afuera o a tocar de puerta en puerta en lugares donde veían pañales de tela colgando de los tendederos.

En palabras de Edward Baer, con ayuda de estas estrategias industriales, “la publicidad de la fórmula menoscabó sistemáticamente a su ‘competencia’, la lactancia, tanto a nivel psicológico como fisiológico”.

Las campañas publicitarias han reforzado la creencia de que la lactancia es compleja y propensa al fracaso. Además, amamantar tiene una connotación negativa por cuestiones de belleza (por la caída de los pechos), trabajo (porque hay que quedarse en casa), aspiraciones de clase (porque sólo los pobres lo hacen), racismo (las mujeres caucásicas no amamantan) y miedo (no funcionará y tu bebé morirá de hambre).

Si bien estos prejuicios tenían el potencial de ser dañinos por sí solos, lo que desató un escándalo en los años setenta —y que hasta la fecha siendo incomprensible y perturbador— es que la industria conscientemente implementó estas estrategias en regiones donde la falta de higiene provocaría de forma casi inevitable que la salud de los bebés se viera afectada por el uso de fórmula infantil.

A diferencia de la leche materna, la fórmula se prepara fuera del cuerpo humano. Si no hay condiciones estériles adecuadas —es decir, si el agua que se le añade a la fórmula en polvo contiene bacterias o enfermedades infecciosas— o si la pobreza obliga a las mujeres a diluir una lata de fórmula tanto como sea posible, las consecuencias para los bebés son desastrosas.

En 1981, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó el Código Internacional de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna, el cual prohibía su promoción directa a madres primerizas y garantizaba que los beneficios de la fórmula infantil publicitados fueran objetivos y estuvieran basados en evidencia.

Aunque en muchos países se ha prohibido su promoción directa, un documento de apoyo publicado en 2019 por el Colectivo Mundial para la Lactancia Materna señala que el código no ha sido implementado de forma uniforme y considera que “una de las principales prioridades” es “contrarrestar las prácticas publicitarias de la industria [de sustitutos de leche materna]”. Entre las transgresiones citadas están:

  • usar publicidad y redes sociales para promover entre el público general y los sistemas de salud el uso de sustitutos de leche materna, biberones y mamilas
  • distribuir muestras gratuitas a madres
  • convencer a la clientela de comprar sustitutos de leche materna usando incentivos comerciales como promociones especiales o reducción de precios
  • publicitar beneficios a la salud en sus etiquetas u otros materiales adjuntos
  • ensalzar los sustitutos de leche materna en textos o imágenes
  • llevar muestras gratuitas de sustitutos de leche materna, biberones o mamilas a centros de salud
  • patrocinar la capacitación y las reuniones especializadas del personal de salud.

En pocas palabras, la “enfermera de leche” fue reemplazada por la influencer. A pesar de que se sigue prohibiendo la publicación de senos desnudos en redes sociales, la industria de las fórmulas infantiles tiene la gran ventaja de que puede difundir imágenes de bebés y niños regordetes en redes sociales, y los algoritmos muestran esa publicidad a mujeres de entre 18 y 35 años.

*

Strickland y Egger están conscientes de que productos como BIOMILQ no cambiarán por completo el panorama de la nutrición infantil. El racismo, el clasismo, las políticas aduanales, los subsidios gubernamentales y las iniciativas de salud pública influyen en la capacidad de un individuo para amamantar, como también lo hacen las políticas laborales, las leyes en torno a los permisos de maternidad/paternidad y la adaptación de espacios para lactar. En su publicidad, BIOMILQ menciona que el 84% de las madres y los padres que amamantan cambian a una fórmula infantil láctea antes de que termine el periodo recomendado de seis meses de lactancia exclusiva, y ambas mujeres están ansiosas por discutir las razones tanto estructurales como biológicas detrás de este fenómeno.

En el sitio web de BIOMILQ se pueden encontrar publicaciones sobre otras personas que están luchando contra estos problemas estructurales. Hace poco, durante el mes de la historia negra, el equipo publicó un tributo a las mujeres afrodescendientes que han luchado por los derechos y la nutrición de las madres —algunas de las cuales han sido maltratadas o explotadas por la industria científica en general—, junto con una recomendación de lectura de la obra de Andrea Freeman, Skimmed. También hay información sobre el gaslighting médico y las políticas del “lactivismo”, así como breves notas intercaladas que explican los fundamentos científicos de su producto.

Las creadoras de BIOMILQ usan indistintamente los términos “maternidad” y “parentalidad”, tendencia que he intentado reproducir en este artículo, para señalar que no todas las personas que amamantan son mujeres cisgénero. Mientras que hay quienes pueden amamantar y deciden no hacerlo, también hay personas para quienes la producción de leche propia ha sido el sueño de toda una vida, o al menos una forma de involucrarse biológicamente en el cuidado y la crianza de una criatura.

“Nos emociona participar en la discusión sobre roles de género”, comenta Strickland. “Hemos hablado mucho sobre hacer BIOMILQ con células de hombres. De hecho, mi esposo es quien tiene el derecho de tanteo.” Otros hombres del círculo de Strickland, incluyendo un inversionista gay, han preguntado si pueden participar en ensayos posteriores.

En la actualidad ya hay mujeres trans que siguen el protocolo Goldman-Newfarb para inducir la lactancia, e incluso algunas de mis amigas lesbianas lo han hecho también para compartir con sus parejas la responsabilidad —e intimidad— de amamantar. Un producto como BIOMILQ podría ayudar también a hombres trans con posturas ambivalentes ante la lactancia después de una mastectomía o permitirles a los padres contribuir con la lactancia durante periodos de depresión posparto o enfermedad.

Redirigir la lactancia del cuerpo al laboratorio implicaría que la leche humana dejaría de estar fuera del alcance de personas que quieren producir leche, pero que, por padecer disforia o complicaciones físicas —como un riesgo elevado de cáncer—, temen alterar su perfil hormonal de forma significativa. Esto implicaría que padres y madres adoptivas podrían experimentar también algo cercano al acto de amamantar a su bebé.

Es reconfortante saber que hay mujeres pensando en las primeras etapas de la maternidad, en la nutrición infantil y en estrategias para atajar los problemas que puedan surgir en estos contextos.

Al recordar mis propias experiencias amamantando, siempre me viene a la mente el aspecto físico, los ritmos extraños, la calidez y la pegajosidad. Estar encaramada en una mesa durante la presentación de un libro, pues era el único lugar donde podía sentarme y amamantar, con mi bebé recién nacido pegado al pecho; mi difunta abuela que alguna vez se refirió a mí —al parecer sin malicia—, como “la lechera”; la mirada de asombro silencioso que puso mi esposo cuando le dio biberón a nuestro bebé por primera vez (“¡Jessica! ¡Estoy alimentando a nuestro bebé!”). Para eso no se requieren biopsias celulares ni nada que no sea amor.

Sostener a mi propio hijo contra mi pecho implicaba cierta ternura, cierta comodidad, y a veces representaba momentos de quietud y alivio. De haberlo podido pensar con un poco más de claridad, me habría dado cuenta de que cambiar la lactancia por fórmula me habría permitido tomar antidepresivos más fuertes; aun así, no me arrepiento de haber amamantando durante noches interminables, aun si la mayoría se perdieron en la niebla de mi memoria.

Al mismo tiempo, pienso que, si tuviera que hacerlo de nuevo, me tranquilizaría saber que existe un producto como BIOMILQ. Al menos es reconfortante saber que hay mujeres pensando en las primeras etapas de la maternidad, en la nutrición infantil y en estrategias para atajar los problemas que puedan surgir en estos contextos.


A unos meses de que inició la pandemia, el laboratorio de BIOMILQ abrió sus puertas de nuevo, con una inversión asegurada de 3.5 millones de dólares, gracias a Breakthrough Energy. Egger realizó una ronda de reclutamiento, y el equipo empezó a crecer. El financiamiento vino acompañado de una menor tendencia a evadir las posturas que ambas científicas enfrentaron antes de encontrar un inversionista alineado con su misión.

“No es indispensable ser mujer o ser madre para interesarse en estos temas e idear soluciones”, señaló Strickland en uno de nuestros primeros intercambios por correo electrónico, “pero, en términos generales, son temas que a la industria de la biotecnología en el fondo no le han interesado ni preocupado”.

Ya en privado, hacia el final de una de nuestras conversaciones, me compartió algunas historias de terror, incluyendo la de una reunión con un potencial inversionista que les preguntó: “¿Por qué no simplemente se consiguen una nodriza?”. Al otro lado de la pantalla, su expresión —una mezcla de fastidio y desilusión— parece un eco de la mía. Cuando BIOMILQ cumplió un año de existencia, Strickland compartió en la página web una publicación con detalles más explícitos sobre el tiempo que pasó intentando convencer a los “presuntuosos niños ricos de la biotecnología” de que la tecnología que ella había innovado era valiosa.

“En su mayoría eran hombres blancos pudientes de Silicon Valley”, explica, “que rara vez habían pensado que los senos tuvieran un propósito distinto al ornamental, y que incluso sólo asistían a las reuniones para hacer chistes sobre tetas… Otros estaban bastante enterados y me lo hacían saber machiexplicándome algunos de los diversos desafíos de la lactancia… Hay una brutal desconexión entre los desafíos que plantean los primeros meses de la maternidad y quienes tienen el poder de apoyar a las madres en apuros”.

Siete años es mucho tiempo para dedicarlo a vislumbrar algo tan radical, quizá incluso imposible, sobre todo si quienes te rodean tal vez ni siquiera ven el problema. En los últimos años ha surgido un puñado de emprendimientos con el mismo objetivo explícito, algo de lo que tanto Strickland como Egger hablan con entusiasmo y profundo interés.

TurtleTree, que desde el principio fue uno de sus primeros competidores cercanos, se ha especializado en la creación comercial de lactoferrina, un proteína que podría contribuir a inhibir la covid-19, aunque la compañía sigue esperando que su primer producto a base de leche humana esté disponible dentro de unos años. Asimismo, el emprendimiento israelí (de nombre similar) Bio Milk acaba de darse a conocer, mientras que la empresa neoyorquina Helaina está explorando un producto basado en levaduras, lo que significa que el entorno es cada vez más competitivo.

“En muchos sentidos, es sumamente legitimador que haya al menos otro grupo de personas del otro lado del mundo pensando ‘Quizá sea posible hacer leche a partir de células mamarias’, ¿sabes?”, comenta Strickland.

Al parecer, al final sí fue posible. Hace unas semanas, en la página web de BIOMILQ, se publicó el anuncio inequívoco de que la empresa ha producido con éxito su primera leche humana. “Ahora podemos confirmar que BIOMILQ posee un perfil de macronutrientes que coincide en gran medida con la proporción y el tipo esperado de proteínas, carbohidratos complejos, ácidos grasos y otros lípidos bioactivos que se sabe a ciencia cierta que están presentes en la leche humana”, señala el texto. En la foto publicitaria que acompaña el comunicado de prensa, Strickland y Egger se ven radiantes.


En cierto modo, aquí empieza una vez más la historia de BIOMILQ. Después de haber cumplido con la prueba de complejidad y de que la compañía obtuviera el financiamiento necesario, los desafíos que Strickland y Egger enfrentan han cambiado, y algunos de ellos siguen estando fuera de sus manos. Surgirán problemas por tratarse del estudio de caso de una nueva categoría de comida, la cual requiere una red de apoyo que sigue estando en pañales y que desafía actitudes sociales y culturales, además de poner en entredicho la flexibilidad de las agencias regulatorias.

“Creo que tengo una noción bastante sensata del tipo de desafíos regulatorios que es probable que enfrentemos”, señala Strickland. “Estamos tratando de iniciar esas discusiones, pues día con día aprendemos cosas nuevas en el laboratorio. Aunque esto avanza a pasos agigantados, también nos ocurre que, entre más aprendemos, más cosas descubrimos que aún necesitamos aprender.”

No me queda duda de que esa es la especialidad de Strickland, sobre todo cuando veo cómo se le ilumina el rostro al hablar de citología. “Creo que las células son hermosísimas”, comenta durante nuestra videollamada con una gran sonrisa. “Siempre me asombra observarlas y pensar en cómo han evolucionado. De hecho, las células epiteliales mamarias son uno de los centros neurálgicos de la biosíntesis… y siempre me he preguntado por qué no las estudiamos más a fondo.”

En la actualidad está reuniéndose con grupos académicos para discutir posibles colaboraciones y realizar estudios sobre lactancia que usen el proceso de BIOMILQ para averiguar cómo ciertas variables —como la genética, el estrés y la alimentación— influyen en la composición de la leche humana. “Además de esforzarnos por entender nuestro propio producto, seguimos investigando la leche humana misma, pues reconocemos que hay vacíos de conocimiento que hay que llenar. Como parte de nuestra contribución a la investigación científica, estaremos en un lugar estratégico para entender la composición de la leche.”

Para Egger, quien en parte decidió especializarse en ciencia de los alimentos porque la hace feliz alimentar a la gente, la oportunidad de contribuir a la ciencia es muy gratificante, pero eso no la distrae de su principal meta: presentarle al mundo una mejor forma de nutrición infantil. Por el momento está enfocando sus esfuerzos en cuestiones de embalaje y distribución, así como en estrategias para salvaguardar los componentes bioactivos de la leche.

Cuando le pregunto por la fecha estimada de lanzamiento, alza las manos al aire con fingida desesperación: “Eso es lo que todo el mundo quiere saber”. Más allá de las bromas —pues ha de decirse que Egger tiene un gran sentido del humor—, se muestra tranquila y confiada de que BIOMILQ podría llegar al mercado en los próximos cinco años y venderse a un precio similar al de las fórmulas infantiles de alta gama.

“Vislumbro un mundo en el que puedas ir a cualquier supermercado o tienda de comestibles y comprar nuestro producto”, comenta, mirando al horizonte. “Tal vez estoy siendo más optimista que la mayoría, pero el mundo cambia muy rápido y creo que la gente empieza a reconocer la importancia del tema.”

“Además, como mujer que espera tener hijos algún día, hasta cierto punto estoy compitiendo contra mi propio reloj”, añade, “pues no quiero tener que lidiar con la decisión de amamantar o nada. Merecemos algo mejor. Y lo merecemos ya”.