La jardinería es un ejercicio de observación minuciosa. Nadie querría perderse el surgimiento de nuevos brotes, el reverdecimiento gradual de las hojas ni la aparición repentina de flores y frutas. Pero, sobre todo, nadie querría pasar por alto algún indicio de que las cosas no andan bien: la presencia de hojas marchitas, pétalos agujereados, pelusa sobre las hojas y frutas podridas son una llamada de atención. Cuando estas cosas ocurren, debemos replantearnos todo. ¿Están las plantas acomodadas de tal forma que se beneficien mutuamente? ¿Será que a la tierra le faltan nutrientes como hierro y nitrógeno, y que por eso las hojas se han puesto amarillas? ¿La fruta tiene agujeritos que evidencian que ha sido invadida por larvas?
La solución casi siempre implica ejercer mayores cuidados: cambiar de lugar plantas que no están recibiendo suficiente luz, ajustar los horarios de irrigación, añadir varas de respaldo cuando podrían ser de ayuda. Este es uno de nuestros momentos más virtuosos, ya que concienzudamente y con paciencia cuidamos algo más grande que nosotros mismos. ¿Sería posible incorporar ese mismo cuidado a nuestras interacciones sociales en general?
Tras una vida como cultivadora de plantas, bióloga y autora, he observado que la relación entre plantas y personas es muy inspiradora y nos pone a pensar en las relaciones que los seres humanos podrían tener entre sí. Tal como argumento en mi libro, Lessons from Plants, el mundo natural puede servirnos de modelo e inspiración para construir una sociedad más equitativa en donde las necesidades y contribuciones de cada individuo valgan lo mismo, donde las relaciones entre individuos sean esenciales para sostener la colectividad y donde la diversidad sea el motor de un crecimiento sustentable. Estas lecciones son especialmente necesarias en el ámbito de la CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), donde la monocultura (y los monocultivos) ha provocado daños gravísimos.
Dónde nos encontramos
El costo de la monocultura nunca había sido tan claro como hasta ahora. La falta histórica y actual de presencia y representación de personas negras, indígenas y latinas en la CTIM ha contribuido a que la tasa de muertes en esas poblaciones sea desproporcionada durante la pandemia. La larga historia del racismo biomédico en Estados Unidos es responsable directa de problemas de salud, de falta de acceso a servicios médicos de calidad y, en algunos casos, de una comprensible desconfianza en la ciencia pública. Si la blanquitud actual de la CTIM favorece que estas tendencias persistan, ¿hay formas de acabar con esta peligrosa monocultura?
La idea de que las plantas podrían ayudarnos a responder estas importantes preguntas parecerá un acto de floritura estilística, pero las metáforas importan. En mi ámbito profesional, por ejemplo, las conversaciones sobre cómo promover la equidad en la enseñanza de la biología y la investigación científica tienden a volver siempre a la misma interrogante: ¿cómo le hacemos para que más individuos poco representados y marginalizados suban los peldaños? Si seguimos con esta metáfora, necesitaremos que haya mucha más gente tratando de subir la escalera para que sean más quienes logren escalar algunos peldaños.
Esta es apenas una forma de idear estrategias para lidiar con el hecho de que la población afrodescendiente representa sólo el 14% de la fuerza laboral en Estados Unidos y el 9% de la gente que trabaja en el ámbito de la CTIM. Y sus índices de deserción son mucho mayores en posgrados y a niveles profesionales y administrativos. Por desgracia, la metáfora de la escalera resalta el éxito o el fracaso individuales, lo cual refleja muy bien las deficiencias de este sistema, el cual opera bajo un modelo de carencias que se enfoca en los defectos percibidos de los individuos y en soluciones rápidas que les permitan encajar lo suficiente como para sobrellevar las circunstancias.
Aunque la comparación sea imperfecta, como pasa con todas las metáforas, el mundo vegetal nos brinda un punto de vista algo más esperanzador, ya que las plantas evocan una visión colectiva del pensamiento basado en el crecimiento. Si las plantas que están en nuestros espacios personales no prosperan como es debido, la reacción humana en general no es achacar su crecimiento atrofiado a una falta de potencial, sino que consideramos el entorno en su totalidad e indagamos cualquier cosa que se nos ocurra que pudiera estar influyendo. ¿Será que la tierra no está ayudando a su crecimiento? ¿El lugar donde la plantamos recibe suficiente luz? ¿Cómo interactúa con otras plantas en su espacio? ¿Los cuidados que le brindamos son suficientes?
En el ámbito de la CTIM, se inserta a unas cuantas minorías en una monocultura y se espera que prosperen en ella. Si eso no ocurre, las conclusiones basadas en las carencias individuales se vuelven bucles de retroalimentación. Y dichas prácticas producen potentes filtros y mecanismos de control que preservan el statu quo. Si queremos cambiar esta situación, debemos considerar el entorno en su totalidad, de pies a cabeza, o, hablando de plantas, de la raíz hacia afuera.
Apoyo vertical
Cuando cultivas un jardín, debes tomar una decisión importante: plantar cada especie en una parcela distinta o dedicar tiempo a averiguar cómo crecerían juntas distintas plantas en un mismo espacio.
Esto último es bueno para la tierra, y además nos brinda una lección valiosa. Nuestra visión de la naturaleza y de la humanidad están estrechamente entretejidas. Lo mismo pasa con las sociedades en las que vivimos: las monoculturas engendran monoculturas. Los colonos que forjaron lo que ahora es Estados Unidos practicaban la explotación y la segregación tanto de personas como de plantas. Y su herencia persiste hasta nuestros días: en los campos vemos filas meticulosas de plantas de una sola especie —ya sea trigo, soya o maíz— que es sumamente rentable, pero agota los nutrientes del suelo. Con todo respeto, y sin afán alguno de apropiarme de su conocimiento, creo que deberíamos inspirarnos en los policultivos promovidos por las culturas indígenas.
Las prácticas agrícolas de las poblaciones nativo-americanas suelen basarse en cultivar varias especies juntas para que se ayuden entre sí a crecer y a ahuyentar las plagas. Esta práctica de intercultivo promueve algo llamado “facilitación interespecífica”, lo cual implica que cada especie contribuye con algo que promueve el crecimiento, la reproducción o la subsistencia de otra.
Uno de los mejores ejemplos de esta práctica es un estilo de cultivo persistente conocido como “las tres hermanas”, que es el intercultivo de maíz, frijol y calabaza. El maíz provee apoyo vertical para el frijol, el cual comparte su nitrógeno a través de la tierra. La calabaza, que crece a nivel de suelo, inhibe el crecimiento de maleza y mantiene la humedad de la tierra, lo que ayuda a toda la comunidad. El sistema de las tres hermanas muestra cómo se beneficia la comunidad cuando los individuos están dispuestos a compartir sus habilidades y fortalezas únicas. Y esta estrategia se puede reproducir con muchos tipos diferentes de plantas.
Es imposible romper con los monocultivos (y la monoculturas) meramente introduciendo nuevos especímenes por buena voluntad, con la esperanza de que les vaya bien. Es necesario recrear entornos que se asemejen a aquellos de los que provienen. Y se necesitan comunidades equilibradas en proporciones más o menos iguales que permitan a todos los individuos contribuir de forma recíproca y colectiva. En ambos casos, es indispensable contar con un apoyo bien acompasado.
Mentoría
Alguien que se dedica a cuidar bien sus plantas debe tomar en cuenta todas las posibles interacciones dentro de una misma parcela. Además, sabe que cada individuo dentro de la comunidad tiene potenciales y necesidades particulares, de modo que procura las sinergias entre ellos; es decir, adopta una perspectiva basada en el crecimiento. Para refinar estas estrategias, también conversa con una comunidad más extensa e intercambia conocimiento y referencias. Puesto que crecí con una madre que tenía habilidades botánicas ejemplares, para mí era habitual verla compartir sus estrategias de mediación con gente del barrio y amistades que tenían problemas con sus jardines. Y es que las mejores prácticas sólo se pueden desarrollar y mantener a través de conversaciones comunales, incluyentes, vastas.
En mi entorno profesional, las mentorías se consideran sumamente importantes, en especial cuando van dirigidas a personas pioneras que provienen de grupos históricamente poco representados y apoyados. Pero la calidad de las mismas depende de la conciencia y empatía de quien las imparte. Cuando, como mentor o mentora, careces de dichas cualidades, surge una tendencia común: la mentoría egocéntrica, que suele generar lo que se conoce como “impronta”; es decir, que le enseñas a otra persona a reproducir tu propio comportamiento o las normas generales de un grupo. Si queremos que la mentoría sea buena, debe haber sensibilidad hacia la historia de esas personas pioneras y entenderlas en sus propios términos para impulsar su crecimiento y transformación.
La mentoría también existe en el reino vegetal, en especial en las comunidades conformadas por múltiples especies de distintas generaciones que encontramos en los bosques. Ahí, los árboles maduros y los jóvenes suelen estar conectados, y los primeros procuran a las jóvenes plántulas hasta que crecen lo suficiente y son capaces de subsistir de forma más independiente. En la zona de los Grandes Lagos, no muy lejos de donde vivo, es común observar que robles nodrizas facilitan el crecimiento de plántulas de pino en las dunas de arena. Estos robles proveen un microentorno protector para las plántulas, les brindan sombra y mayor humedad, y comparten con ellas los nutrientes a través de la tierra. Pero esto es apenas el comienzo de una auténtica economía colaborativa. Los árboles también se comunican a través de los hongos, y las plantas alertan a sus vecinas sobre la presencia de herbívoros peligrosos para que activen sus defensas. Estas interacciones benefician a todas las partes involucradas en el acuerdo.
En el ámbito de la CTIM, es necesario crear nuevos ecosistemas dinámicos y basados en el conocimiento y la experiencia compartidos, así como también nuevas energías y nuevas perspectivas; es decir, espacios donde todo el mundo pueda crecer. Necesitamos ensuciarnos las manos, manipular la tierra, prepararnos para reconcebir nuestra parcela de las raíces más profundas hacia afuera.